Aprovechando los pocos ratos libres que los mayores usamos para ir a nuestra bolinga y descansar de los demás (peques, medianos -los peores-, los mayores y los abuelos -los mejores-) emprendimos el domingo pasado una excursión al Peñalta, al sur de Paterna de Madera. Nuestro Guía (se merece las mayúsculas) era el afamado Roger Feder, el de los recuerdos inútiles imborrables. Los demás componentes de la excursión eran personas mayores.
La ascensión fue dura, no había camino, y abriéndonos paso entre peñascos, despeñaperros y abrojos, dejamos parte de nuestra ropa y aún de nuestra presencia de ánimo en ella. Pero, como siempre que uno se esfuerza por encontrar lo mejor, alcanzamos una meseta en suave subida llena de pinos, setas y con una vista impresionante de toda la sierra albaceteña. Aún quedaban restos de las últimas fuertes nevadas. Dicen que es la mejor vista de ello. Y con ello algo de la dicha que, dicen, se puede hayar en esta vida.
La descensión no estuvo exenta. De hecho estuvo repleta. Nuestro Guía tuvo sus momentos míticos de dudas e insabores, pero al final dimos con el camino de vuelta sin más dificultad.
El cafelito no faltó y volvimos a casa con la sensación de que los peques y los medianos son idiotas porque no aprecian esta clase de buenos placeres.
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