Ya conocemos todos la idiosincrasia de Knut (que tampoco es que sea muy compleja) y su capacidad intrínseca (que no extrínseca) de someter a los gonomos a trabajos y situaciones extremas en las que probablemente muchos pierdan algún que otro diente (y esos son los considerados ilesos, y es que Knut no cuenta riesgos, lo suyo es “de muerte p’arriba”). Lo que también vamos conociendo es la anatomía de Knut, centrémonos pues en uno de sus múltiples rasgos animalescos: el pelaje. Knut posee un pelaje ralo y duro, de espesor considerable, en cuya región subyacente vive su tejido adiposo pardo (lo que viene considerándose popularmente como manteca, o más bien el tocino), se podría resumir en que tiene “reservas”. Esta cualidad permite que Jabbatus pueda soportar temperaturas extremas sin inmutarse, importándole más bien poco que hagan quince o veinte grados bajo cero. También le hace resistente a sequías y hambrunas aunque eso es otra historia. Pues ahora el intelecto de nuestro héroe maquinó que sería interesante para el entrenamiento de sus gonomos llevarlos a la nieve, y de paso que practicasen ese deporte que hoy se conoce como esquí. Antes de llegar a las zonas montañosas donde se encuentra eso blanco y frío que se llama nieve se hizo escala en una ciudad llamada Teruel (que muchos insisten en que no se nos olvide de que existe). Las vagonetas de ataque snotling arribaron a dicha urbe que por lo visto se encontraba en fiestas: “Teruel Medieval”. Son unos días en los que la ciudad y sus habitantes vuelven al medievo, y adoptan todo tipo de medidas para que esos días sean como el retornar a la Edad Media. Esto a Knut no le gustó mucho, quizá era demasiado adelantado a su tiempo interno (aunque el jabato tiene todavía esa espinita clavada y probablemente se le ocurra montar la fiesta del Paleolítico y si no al tiempo; y por que no puede con la sopa primordial). Volviendo a dicha fiesta cabe destacar que estaba bastante conseguida, los disfraces eran bastante realistas, quizá demasiado limpios, todo el mundo sabe que en la época medieval era un poco guarruna, con sus pestes, lepras, sífilis y demás enfermedades asquerosas y horribles. También había puestos de comida donde se hacía la chicha a la antigua usanza, por supuesto todo a base de gorrino, eso tampoco es que fuera así en la Edad Media, no todo el mundo comía carnuza, pero cualquier pretexto vale para pasar unos días “jalando como un descosío”. A Knut y a los gonomos les entró hambre, les rugían las tripas, uno de los micos se mercó un Kebab (100% medieval), Knut empezó a imaginarse como sabría un gonomo a la brasa, ya se estaba relamiendo con tal atroz visión cuando afortunadamente algo captó más su atención: el tirasoga. El tirasoga es un juego en el que dos equipos compuestos por malolientes maromos se ponen a tirar de una soga cada equipo para un lado, a ver si consigue arrastrar y humillar al otro. Un juego de fuerza bruta en el que no hace falta pensar mucho, como los juegos favoritos de Knut. Esto hizo que se le encendiera la bombilla a Knut para un posible campeonato de juegos animalescos. Lanzamiento de pedrusco, tirasoga, partir riscas a cabezazos… Como la gente iba disfrazada “la bestia de orza” imaginó que tal vez sus gonomos destacarían, y decidió uniformarlos de caballeros cruzados, y darles así a sus esbirros un toque medieval. Gobernosé unos harapos y haciéndoles un boquete, introdujo el cráneo de cada gonomo por dicho foramen. Y no se sabe muy bien de que iban los gonomos, unos de espectros hipnóticos, otros simplemente de vagabundos con una sabana rota, algunos zanguangos practicaron lo que se conoce como “free style” e introdujeron algunos elementos nuevos, uno añadió un gorro de mercader (veneciano por supuesto), otro al estilo D’artagnan (pero en medieval por supuesto), otro de ninja con armadura romana (también medieval por supuesto), y uno se arriesgó como monje de la orden de yo que sé; pero por encima de todas esas vicisitudes para Knut eran sus “caballeros de la orden teutónica”. No quiero dejarme en el tintero del word, otro deporte, pero de inteligencia, era una especie de juego de azar al estilo de “los chinos”, consistente en que dos contrincantes sacan la mano con un número de dedos extendidos (de cero a cinco, a no ser de que uno de ellos posea la mutación de la polidactilia en cuyo caso podría sacar hasta seis dedos) y al tiempo berrean un número, pues bien, el número que vociferan debe ser la suma de los dedos totales de uno y otro rival, en caso de empate se vuelven a sacar dedos y así una y otra vez. No se si este juego consistía en adivinar el número que saldría o en bañar con perdigones al oponente. En este juego la halitosis juega una baza importante. Knut se imaginó siendo campeón de la competición habiendo dejado a todos sus enemigos empapados, en esto estaban sus pensamientos toda la tarde y así se estuvo el resto del día, gruñendo números a las orejas de los gonomos y sacando números con la manaza. Los gonomos le rehuían pero él no se daba por aludido y se entretenía causando lesiones auditivas a esas pobres bestezuelas, que por un día ablandaron mi corazón; una cosa eran los sacrificios inútiles e innecesarios y otra muy distinta tener que soportar semejante suplicio. Y ahora el esquí. Es conocida ya la afición de los gonomos a todo aquello que comporte un riesgo vital, especialmente lo que consista en tirarse por laderas de montañas, trepar a sitios imposibles… Todo empezó con el terraplening, consistía en utilizar un objeto en el que montarse y lanzarse pendiente abajo, cualquier trasto valía, una chapa vieja de un carruaje, un trozo de tabla con el tamaño suficiente para sentarse. Pasarían siglos hasta descubrir que el tirarse por montañas nevadas era potencialmente menos “peligroso”, que acababan con menos magulladuras y fracturas, y que la nieve estaba mas mullida a la hora de pegársela. Y sobre todo que dichas laderas eran menos ásperas y podían así coger mayor velocidad. Todo se fue refinando hasta el día de hoy que hasta se utilizan equipos especiales, telesillas, remontes y demás artilugios. Antes de que ningún gonomo se atreviese a romperse la crisma por su cuenta y sin el consentimiento de Knut, éste decidió que sería imprescindible una clase magistral, unos consejos de avezado experto, que permitiese a todo aquel que los oyera una cualidad sin par en eso de las bajadas. Las palabras de Knut fueron canela fina para los oídos todavía doloridos de los gonomos: “cuña, cuña, cuña ¡Hala, a esquiar se ha dicho! Los que quieran aprender del maestro que se vengan conmigo, los que ya sepan algo, la montaña es grande, que vayan donde quieran”. Es obvio que Knut no tenía ningún interés en enseñarles nada a esos mequetrefes repelentes, y más cuando en la vida les ha enseñado algo útil. Su vil intención era el de utilizarlos. Es más bien dudosa la habilidad del jabato en todo aquello que comporte cierta agilidad, y no iba a ser menos el esquí. Su objetivo era utilizar a los gonomos de freno, el bajaría la pendiente con toda su masa cárnica y aprovecharía a todo aquel gonomo incauto que hubiera ido con él para “aprender”, para hacer lo que el llamaba “frenada en blando”, lo fundamental era que en está técnica (que ésta sí que la tenía bastante depurada) las lesiones se las llevara el otro. Los gonomos lo viven con todas aquellas actividades que comporten la activación del sistema nervioso simpático, con su descarga noradrenérgica, de ahí que les guste es esquí. Pero la descarga de catecolaminas se multiplicaba cuando uno de estos tipejos veían a Knut, con todo su tonelaje y a toda velocidad pendiente abajo, precipitarse sobre su persona, con intenciones de usarlo como “ancla provisional”. Todos acabaron con las costillas doloridas y el culo hecho astillas, con agujetas en el tensor de la fascia lata (que por lo visto es el músculo que se desarrolla con la cuña) y también se tuvo que hacer alguna que otra amputación de urgencia; todos con daños menos Knut, que una vez más demostró ser el líder.
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